En los últimos años el color de nuestro paisaje preocupa no sólo a los
silvicultores, sino también a la ciudadanía. La crisis forestal es evidente y
las quejas de propietarios e industria llegan a los medios de comunicación. A
los grupos ecologistas y naturalistas nos corresponde aclarar y/o refutar los
discursos y falsas acepciones que construyen los que se dedican a la industria
de la madera en sus diferentes sectores.
Así hemos oído al representante de la Asociación de Forestalistas de
Gipuzkoa en Euskadi Irratia comparar la plaga de la banda marrón (y otras
enfermedades que padece el pino desde hace tiempo) con la pandemia causada por
el Covid-19, para afirmar que no estábamos preparados para una ni para la otra.
Los hongos responsables de la banda marrón y roja, sin embargo, son conocidos
aquí desde mediados del siglo pasado y sabemos que el modelo de producción
intensivo basado en el monocultivo no hace más que facilitar las condiciones de
propagación de este tipo de hongos. Este modelo forestal, además, no solo
afecta al arbolado. Estas especies arbóreas están siendo extraídas mediante la
técnica de matarrasa y no se les oye una palabra sobre el daño que esta técnica
provoca en el sustrato. En los últimos años estamos erosionando y perdiendo suelo:
toneladas y toneladas de tierra están siendo empujadas al mar por las talas
forestales. Estamos perdiendo la fertilidad del suelo y eso no sólo lo
ocasionan las plagas: el responsable es el modelo forestal que la industria de
la madera y las asociaciones de silvicultores, con la ayuda de la
administración, pretenden mantener.
En primavera la tala de árboles no se ha
interrumpido por la declaración de "actividad esencial" forestal
durante el confinamiento. El representante de la Asociación de Forestalistas
justifica esta decisión en que la actividad maderera es necesaria para la
producción de papel y madera para la edificación. Pero, lo que no dice es que
la madera con la que se fabrica el papel en Gipuzkoa se trae en barcos y lo que
se va a aprovechar para la construcción y otros usos se está llevando fuera en
camiones; porque la industria de la madera ha colapsado aquí. El valor de la
madera de nuestros bosques para nuestro consumo en la economía globalizada se
acerca al cero.
Las asociaciones forestales y la industria de la
madera están empeñadas en ensalzar el valor de la madera para la bioeconomía.
Mezclan todos los conceptos con la economía circular y la estrategia Km0.
Definir una economía basada en la madera como bioeconómica es aceptable, pero
no, dar por buena la bioeconomía sin condiciones. Ahí están, por ejemplo, los
daños causados por las talas forestales de Amazonia y Borneo o por las
plantaciones de eucaliptos de Portugal o Galicia que tenemos al lado. Estos,
desde luego, no creemos que sean modelos a elogiar en nombre de la bioeconomía.
Además, existe una práctica que puede ser realmente perjudicial en nuestros
bosques: la explotación de la biomasa (madera muerta o viva) de las zonas en
las que no se planta. Los suelos fértiles precisan materia orgánica; es
necesaria la descomposición de los seres vivos o sus componentes en esos
substratos. El modelo de explotación que dificulta y/u obstaculiza estos
procesos no se puede proclamar como sostenible.
Por último, también cabe destacar el temor que
las asociaciones forestales y la industria de la madera quieren extender por la
negativa de muchos propietarios a volver a plantar: dicen que aumentará el
riesgo de incendios. Y lo dicen los mismos que están apostando por la plantación
de especies pirófilas como los eucaliptos. El mejor remedio contra el incendio
son los bosques maduros, bosques en equilibrio ecológico, que nosotros no
tenemos y que el modelo forestal intensivo obstaculiza. Estos bosques
"abandonados" son la mejor oportunidad que tenemos para recuperar
nuestros bosques naturales. Llevará tiempo, pero estos son los bosques que hay
que fomentar y premiar.
La silvicultura está en crisis en nuestro país.
Hay que cambiar el modelo, modernizar el sector, es decir, regular el modelo
productivo teniendo en cuenta los daños medioambientales. Esta actividad está
sostenida en buena parte con dinero público. Ya es hora de diseñar subvenciones
y políticas destinadas a la silvicultura encaminada a la utilidad general
(salud, agua, biodiversidad, recursos, oportunidades para combatir el cambio
climático,… es decir, servicios
ecosistémicos) y no a los intereses de unos pocos particulares. Tenemos que
hacer la transición de las plantaciones forestales a los bosques y para eso
hace falta tiempo. Si queremos un medio natural saludable, tendremos que pagar
tiempo, tiempo para regenerar los bosques y recuperar la biodiversidad. Esto
requiere diseñar políticas a largo plazo y ya vamos tarde, como nos demuestra
la pandemia que vivimos.
NATURKON, grupos ecologistas y naturalistas de Gipuzkoa
No hay comentarios:
Publicar un comentario